A falta de algo más de cuarenta y ocho horas para que se cumpla la tradición una vez más en Isla Cristina, y se abran de par en par las puertas de la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, prácticamente todo se va consumando.
Llamarán poderosamente la atención algunos de los estrenos, como sin duda así ocurrirá con la peana de orfebrería para la Reina de los Ángeles, o la Cruz de Guía, que nos retrotrae, casi sesenta años después, a tiempos fundacionales. Otros, pasarán mucho más desapercibidos, como el magnífico encaje que enmarca el rostro de la Señora, donación de un hermano, o el cíngulo del Señor Triunfante. En Él, observaremos una nueva visión, al ser la primera vez que no lucirá su tradicional mantolín de terciopelo rojo.
Saldrán niños, muchos niños, gracias a Dios, y niñas, que aquí, al contrario que en otras cofradías, nunca se hicieron distingos, pues todos somos Hijos de Dios. Enarbolarán, cual ejército celestial, un mar de palmas verdes, y sus capitanes, en número de veinte, se distinguirán por las sencillas palmas lisas de tonos marfileños. Dos más, éstas ya rizadas y festivas, presidirán ambos pasos.
Los estrenos vendrán también del aire, pues tras el Himno Nacional, entonado en honor de un Rey que entra Triunfante, el viento nos traerá un regalo envuelto en aromas de azahares, "Azahares de Pasión".
Pasearemos por el jardín de las palmeras, este año la nuestra también con dátiles, y disfrutaremos, ya en el barrio, con el eje sinuoso de las confluencias entre las calles del Carmen, Santo Domingo de Guzmán y Serafín Romeu Portas.
Entonces si, entonces ya todo se habrá terminado, con ese regusto agridulce del que ha ansiado todo un año vivir un instante, efímero como pocos, e idealizado como ninguno; y por delante, algo menos de trescientos sesenta y cinco días para que todo esté a punto, para que Isla Cristina reciba orgullosa al Señor de la Mulita y a la Reina de los Ángeles.
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